lunes, 12 de noviembre de 2018

Jueves primero


Lo había olvidado, pero nos hemos re encontrado.

Ensayo reflexivo en torno al cuerpo



Si bien se describe al cuerpo como un mecanismo biofísico contenedor del alma, para mí es el articulador de un espacio de resistencia o de re existencia como diría Alfredo Ghiso –Educador Popular de Colombia-, en el que no se contiene el alma, sino que esta se expresa y parte de ello, es el arte cultural del tatuaje.
Como primer punto, para mí el alma no es posible de mantener eternamente capturada, como si solo la muerte fuese un mecanismo liberador. No, para mí el alma tiene movimiento propio e interactúa con el universo en función de la armonía de quien esté relacionado directamente con ella, me refiero, al estado de conciencia. Ya que, si esta conciencia no está en situación de armonía, poco puede hacer el alma para ser entendida, por el hecho de no existir un canal capaz de conectar ambos mundos.
Como segundo punto, el arte cultural del tatuaje, además de ser testimonio viviente del relato de una cultura en un determinado momento, ha evolucionado de lo cultural a lo social, siendo parte del día a día de quien ha decidido pigmentar su cuerpo o parte de este, insinuando parte de lo privado en las relaciones públicas. Me refiero a verse convertido en un lienzo humano.
Como tercer punto, puedo y quiero y debe hablar desde el yo, mi resistencia ha sido tatuarme a pesar del riesgo que esto significa en función de mi profesión –Psicóloga-, lo que da paso a mi re existencia, que es ser parte de este mundo enfrentando las posibles discriminaciones. De hecho, he podido desarrollar estrategias de contención ante situaciones de riesgo y apelo a vivir de manera consecuente, lo que me ha triado dificultades que me han posibilitado fortalecer mi ser.
Dicho fortalecimiento ha tenido costos, tales como limitación en oportunidades laborales, pero en el fondo me ha salvado de instancias que podrían ir en contra de mi bienestar. Y a su vez, dicho fortalecimiento me ha posicionado como una mujer con determinación y con principios cada vez más afines a que esta alma sea capaz de conectarse con el universo. Y es ahora cuando entro al cuarto punto, los tatuajes y la sexualidad.
Desde que tengo tatuajes, mi vida sexual se articula en torno a ellos, como, por ejemplo, que quieran saber cuántos tengo, dónde los tengo, y qué se siente al acariciarlos, y sí, la sensación táctil es diferente, es como si haya erotizado todo mi cuerpo. Quizás, a veces, se interprete que por ser tatuada quiero contacto todo el tiempo y no es así, para mí lo importante es lo que ocurre antes del tacto, ya sea la mirada o la palabra, el olor y los sabores que se compartan. Para mí la sexualidad y el ser tatuada es un complemento que potencia la misticidad del momento.
Para finalizar, debo reconocer que parte de mi historia y ser tatuada comenzó cuando ya no encontraba formas de sacar de mi todo el dolor emocional que sentía. Tuve depresión diez años. Apoyada con psicólogas y psiquiatras, con medicamentos y terapias, no obstante, el tatuarme y el dolor físico que ello implica aliviaba el dolor de mi alma, era como una forma de canalización. De hecho, puede ser un tema físico, pero prefiero verlo a modo espiritual, pero desde que cada vez se acercaba más el alta, menos dolía hacerme un tatuaje. Y ahora lo hago porque lo disfruto y existe goce en contar mi propia historia, en mi propia piel.
A modo de cierre, ser una persona tatuada me ha conectado con mi cuerpo, con mi alma, con mi entorno. Desde el cuidado que se debe tener al cuidarlo, pasando por los mensajes que nos entrega el alma que serán transcritos con pigmentos y llegando a la comunicación con otro, ya que eso somos, seres sociales y con corporalidades, tanto física como otras que no lo son y que intentamos saber qué son, en lugar de disfrutarlas.
Disfrutemos y disfrutemosnos.