Escribo para liberar lo más oculto, lo ajeno, lo mío, lo
tuyo y lo nuestro.
martes, 21 de julio de 2020
martes, 14 de julio de 2020
El tiempo se detuvo, lo último que recuerdo fue la explosión y
yo volando. Mis brazos se extendieron por sobre mi rostro, por sobre mi cabeza.
Por fracciones de segundo pude pasar de mi forma humana a mi forma de bestia.
Parte de mi piel se quemaba, mis piernas, mi vientre desnudo, mi torso. Poco a
poco el pelaje me cubría y me salvaba de mayores daños. ¿Por qué Caperucita?
¿Acaso le creíste a los cerdos? No, no fui yo quien soplo y soplo y derrumbo
sus casas. Yo le dije al cerdo más joven que la hierba tierna no, que debía ser
paja, pero aun así no lo recomendaba. Yo le dije al cerdo de al medio que la
madera no debía estar mojada o su casa se agrietaría, pero que aun así no se lo
recomendaba. Yo fui quien ayudó al cerdo mayor, él era mi amigo, yo ayudé con
cada ladrillo, yo subí a su tejado. Y no caperucita, no fui yo quien en
venganza quemó sus casas con ellos dentro. Yo intenté salvar a mis amigos y
entonces la encontré: tu caperuza entre las cenizas. Tuve miedo y fui por ti, caperuza
quemada en mano. Y entonces te vi, riendo, comiendo tocino, junto a tu abuela y
tu madre la supuesta desaparecida. Sentí ira, desprecio y explosión, el cazador
vengaba a sus amigos dejándose caer del techo rodeado de explosivos. El tiempo
se detuvo, lo último que recuerdo fue la explosión y yo volando. La caperuza
volaba a mi lado, destruida y aun así te recordé en ella sonriente. Caigo al
suelo, me hago un ovillo, caen las cenizas, me sacudo y me levanto. Ya no estas
Caperucita, ni tú, ni tu madre, ni tu abuela, ni el cerdo joven, ni el del
medio, ni el mayor, ni el cazador, solo quedo yo y mi forma de bestia con mis
emociones más humanas.
martes, 7 de julio de 2020
La voz del relato
Yo escribía sentada en la ventana cuando te vi pasar
corriendo por mi lado. Ibas con tu vestido favorito, aquel blanco, largo.
Llorabas y corrías por un pasillo encerado, mala combinación. Una carta de
adiós cayó de tu bolsillo, era aquella carta de despedida previa al día de
compromiso. Era la carta de confesión, aquella que cambiaba tu destino, aquella
carta que no querías aceptar haber recibido. Te perdí de vista y te seguí, te
encontré llorando en la fuente. Veías tu reflejo en el agua, apreciabas el maquillaje
corrido, te limpiabas, te decías a ti misma que ya era suficiente, pero a la
vez recordabas los momentos que te llevaban a intentarlo de nuevo. Me acerqué a
ti, acaricié tu cabello, con el tacto era más fácil saber tus sentimientos.
Tenías miedo, no te sentías capaz de empezar de nuevo. Ojalá pudieras
escucharme. Llega tu madrina, está apenada, piensa mil y una vez en que
tratamiento continuar ésta vez. Llora y se va, la escuchas, intentas seguirla,
pero tu vestido se enreda, resbalas, caes dentro de la fuente, golpeando tu
cabeza el fondo. El agua se torna como cuando niñas cocinábamos betarragas.
Poco a poco dejo de leer tus pensamientos. Nuestra madre tenía razón, no somos
parte del mismo cielo.
Pasó corriendo junto a personas que se apoyaban en las
ventanas mientras escribían cartas de amor. Iba con su vestido favorito, aquel
blanco, largo. Lloraba y corría por un pasillo encerado, mala combinación. Una
carta de adiós cayó de su bolsillo, era aquella carta de despedida previa al
día del compromiso. Era la carta de confesión, aquella que cambiaba su destino,
aquella carta que no aceptaba haber recibido. Se escabulló por los pasillos
contiguos hasta llegar a la fuente. Lloraba. Su reflejo estaba en el agua, se
apreciaba el maquillaje corrido, se lo limpiaba. Se decía a sí misma que ya era
suficiente, pero a la vez recordaba los momentos que la llevaban a intentarlo
de nuevo. Tenía miedo, no se sentía capaz de empezar de nuevo. Lega su madrina,
está apenada, piensa mil y una vez en que tratamiento continuar esta vez. Llora
y se va. La chica la escucha, intenta seguirla, pero su vestido se enreda,
resbala, cae dentro de la fuente, golpea su cabeza en el fondo. El agua se
torna como cuando ella y su hermana de pequeñas cocinaban betarragas. Poco a
poco desaparecen sus pensamientos. La madre de las niñas tenía razón, ella y su
hermana no eran parte del mismo cielo.
Il faut que
Siempre me pregunté cómo sería el apocalipsis, en realidad
no siempre, ya que en el baño prefería cuestionar mi existencia, pero quizás
ese sí sea otro tipo de apocalipsis. Recuerdo el video Do the Evolution de
Pearl Jam. Recuerdo los pagos de la terapia. Recuerdo la última dona, glaseada
y vegana. Vegana, recuerdo las consignas veganas: ¡La revolución será vegana o
no será! Y fue poh, pa la caga. ¿O era la revolución será feminista o no será?
¿O era la revolución será kpop o no será? Ojalá hubieran tutoriales paso a paso
de cómo ser revolucionaria, pero digo tutoriales y recuerdo el cuento que
quiero leer de mi compañera y pienso en el plagio di plagio y rio porque ya no
hay televisión y si hubiera no hay electricidad, porque esto no es como Black
Mirrow en que pedaleabas y te pagaban por la electricidad. Siento que es una
estafa, el apocalipsis es una estafa. Ojalá pudiera quejarme con la gerenta,
pero eso suena muy capitalista de mi parte. Extraño consumir. Sí, eso hacía en
los baños. No lo recodaba hasta ahora. Los baños, extraño los baños, los baños
como este, en el que creo estar. Es un baño amplio, limpio, de la pieza
principal, ¿de quién? No importa. La tapa de la taza, blanca, nunca había visto
una así, y lisa, perfecta. Apoyo mi cristal, no se desliza, es la perfección.
Queda lo último del gramo comprado en la esquina. Lo acomodo con el último
billete de dos lucas que me queda. Me acerco sutilmente. Inhalo. Inhalo
profundo. El techo es blanco, los muros son blancos, la ducha es blanca, la
cerámica es blanca. Yo estoy blanca. Rio. Abren la puerta, soy yo, rio más
fuerte, pero no me escucho, recuerdo el meme de no entrar sin permiso a la
consulta médica porque podría ser yo misma. Y soy yo poh. La revolución fue feminista
y vegana y yo no estaba. Me miro. Me agacho y limpio mi nariz estoy sangrando y
no puedo detenerlo. Sangro demasiado. Me sujeto con ambos brazos y cubro mi
rostro. Me ahogo con mi sangre, intento liberarme, pero no me dejo. No me lo
permito. Me miro a mi misma y ya no grito. Me quedo mirando y mis brazos caen y
mi cabeza cae. Quedo en el piso y me voy. Siempre me pregunté cómo sería el
apocalipsis.
Y aquí estoy, mirando el cuadro
que describe mi realidad más cruda. Lejos, lejos de la audiencia. Afuera
llueve, pero quienes disfrutan de mi arte son muy cuicos para entenderlo. Jamás
podré disfrutar de la lluvia en espacios urbanos, sabiendo que alguien pasa
frío, pero como les digo, los cuicos son muy cuicos para entenderlo. Miran mi
cuadro y brindan. Yo jalo, jalo sobre mi mano, aquí, lejos, bien lejos de la
audiencia. Ya no hay un baño, ya no estoy yo misma. Ya da lo mismo. Recuerdo la
pelicula Baraka, que es como una versión extendida del video clip de Allan
More, sí, el que nombre al principio, pero no hay principio, en fín, aquí es el
fín, y no hay un baño blanco ni sangre que me ahogue, o quizás sí, quizás
aprecio mi obra póstuma. Póstuma como aquel documental. Imagino que me recuerdo
viéndolo al revez, como dije no hay principio ni fin -creo que Dark me dejó mal
aunque no la ví, solo spoilers, pero un spoiler es suficiente para arruinar una
historia de amor-. El agua sube por la cascada, tal como si Shiryu la golpeara.
Los caballeros del zodiaco, buenisima, muy emo, no creo en el tarot, pero igual
sigo varias cuentas en insta. Vuelve, vuelve a enfocarte en lo que piensas. La
gente ya se fue, o quizás siguen aquí y no me miran. No, soy yo, estoy en el
suelo otra vez, creo que gritan, y yo río, en realidad no rio. Me miro con
desprecio, ya lo hice otra vez. ¿Qué decía mi signo para hoy? Me leo el diario,
no salga de casa o quizás sí, mejor vea un tutorial de como no cagarla fuera
del baño. Baño, el baño blanco, que ya no es blanco, lo censuraron, quedó
manchado, quizás un poco de coca en el suelo, todavía sirve. Hace falta que… If
faut que, no sé por qué se francés, debe ser porque fui a París, no, nunca fui.
Me río, la gente corre. Cae el telón, no el CAE, tema delicado. El techo es
blanco, el suelo es blanco. Siento frío. Quizás soy yo quien está en la calle
pasando frío, pero los cuicos son muy cuicos para entenderlo. Se vende mi obra
en un millon de dolares. Ahora yo soy muy cuica para entenderlo. No me pasan el
cheque, dicen que no soy responsable. Qué saben de eso si nunca han acomodado
la coca con un cheque, pa eso si que no son cuicos. Río, ya no me miran. Me
pasan pinceles, debo seguir creando en ese espacio en blanco, todo es blanco y
silencioso. Ya no río, lloro. Me miro, suspiro, leo en mis labios que me digo,
pinta, pinto. Otra obra maestra. Ahora disfruto del apocalipsis. La película no
mentía, aunque no se si confiar en una película que no habla es maduro de mi
parte. Maduro, otro tema sensible. Pinto, me pinto a mi misma mirando el
apocalipsis mientras de fondo una escena de la película, la escena de los
chinos que no son chinos: Do the Evolution Baby! a no, la película no tiene
diálogo, pero la canción sí. ¿El progreso es progreso si conlleva un retroceso?
Que filósofa, me desconozco. Necesito más droga. No estoy limpia, o sea sí, me
lavo el poto y el pelo y los pelos del poto. Río, quiero incomodar a alguien
con mis frases incómodas y con mi sonrisa incómoda y mi mirada incomoda. Iré a
incomodar a los cuicos con mi incómoda presencia, pero ellos son muy cuicos
para entenderlo.
Alguien me mira desde el fondo,
sí, desde el fondo del pasillo. Por un segundo me recuerda a la escena final de
la película francesa Á la folie… pas du tout, cuando la loca que está bien
loca, que no solo le digo loca de loca como le digo a las locas que no están
locas, se vá, y descubren que dejó una imagen del loco que no está loco, pero
que sí le digo loco como le digo a los locos, pero al que limpia le da igual y
lo limpia. En fín, me perdí. El loco limpia la imagen del loco que dejó la
loca, y no importa, pero me importa el pasillo porque la loca se va por el
pasillo y de un pasillo similar me miran. A no, no me miran, ¿O sí? ¿Y si miro
yo mejor? Me miro desde el fondo del pasillo, me traigo pizza, pizza vegana
porque la revolución será vegana o no será, y será con pizza o no será. Rica la
pizza o la pikza. A no que flyte, pero ustedes son muy cuicos para entenderlo.
Me río. Mi psicóloga me mira, me mira con su cara de jamás haber comido pizza
vegana, con su cara de querer refregarme que admita que quiero enamorarme. Quizás
sí, amo el arte, y la revolución vegana que si no es vegana no será. Me mira y
dice tiempo, con su cara de Dios mío tengo que seguir con esto. Me río, porque
sí, ambas seguimos con esto, en esta revolución apocalíptica de mi consumo y no
consumo. Me como la pizza, me como las uñas, me como las uñas con pizza, pero
no la pizza con uñas, ya que ahora soy muy cuica para entender que eso es
desagradable. Desagradable, siempre he querido ser una persona desagradable y
ahora lo soy, debo sentirme orgullosa de mis logros. Río y lloro al mismo
tiempo. No sé como terminar este cuento, ojala hubiera leido algun blog antes
de intentarlo para poder plagiarlo, total, nadie se da cuenta del plagio,
porque son de personas que no son ni cuicas ni podrán entenderlo. Sí, me caen
mal los cuicos y los no cuicos. Me caigo mal yo. Este es mi apocalipsis. Hoy me
darían el alta y dije unos añitos más. Río. Unos añitos más, una obra de arte
más, un gramo más, un amor más, una ruptura más, un baño más, una película más,
una escena más, una línea más. Solo una línea más, total este es mi apocalipsis
y el tuyo también. No puedes garantizarme un mañana ni yo a ti. Deja de leer
esto y ve por mi al baño, sube la escalera, última puerta a la derecha. Ahí
estoy tirada, mi nariz sangra, no, no me ahogué, esta vez no, pero casi, por
poquito, al menos te puedo escribir esta carta, que no, no es chistoso, no es
chistoso caer si no puedes levantarte, no, no es chistoso sentir frío sabiendo
que no puedes remediarlo. No, no eres cuico, o quizás sí, pero aún así puedes
entenderlo. Entrega esto, más bien entregame esto, cuando me veas tirada en
medio del museo, ese día, sí, ese día cuando muestren mi cuadro. Me veras
jalando alejada del mundo, pasara un minuto y estaré tirada. No podrás evitarlo,
pero entregame esta carta, quiero leerla, quiero disfrutarla. Luego, llévame
pizza a dónde estaré en rehabilitación. No te conozco, no me conoces, solo
tenemos en común a quien nos vende de la buena. Ve por mi. Piensa en mi,
deseame lo mejor y quiereme, cuidame, como jamás serás capaz de quererte a ti.
Esto no es sano, jamás lo será, pero lo necesito y sí, soy demasiado egoísta
para entenderlo. Te dejo un pago. Solo llevame pizza vegana, con mucho aderezo,
sabes de cual hablo, que este sea mi fin y mi nuevo comienzo. Sé que no eres
tan cuico como para poder entenderlo. Río, siempre río. Y disfruto de las
películas francesas sin subtítulos. Te daré un autógrafo de agradecimiento.
Un autógrafo y un eterno epitafio,
ad portas de un mundo apocalíptico. El museo fue destruido, menos aquel cuadro,
de aquella mujer ensangrentada en el piso. Es como la escena de Terminator, en
que le sacan la foto a Sarah Connor. Reid siempre se preguntó en qué o quién
pensaba ella en aquel momento, y era en él. Pues desde esa lógica se lee este
anticuento.
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