El tiempo se detuvo, lo último que recuerdo fue la explosión y
yo volando. Mis brazos se extendieron por sobre mi rostro, por sobre mi cabeza.
Por fracciones de segundo pude pasar de mi forma humana a mi forma de bestia.
Parte de mi piel se quemaba, mis piernas, mi vientre desnudo, mi torso. Poco a
poco el pelaje me cubría y me salvaba de mayores daños. ¿Por qué Caperucita?
¿Acaso le creíste a los cerdos? No, no fui yo quien soplo y soplo y derrumbo
sus casas. Yo le dije al cerdo más joven que la hierba tierna no, que debía ser
paja, pero aun así no lo recomendaba. Yo le dije al cerdo de al medio que la
madera no debía estar mojada o su casa se agrietaría, pero que aun así no se lo
recomendaba. Yo fui quien ayudó al cerdo mayor, él era mi amigo, yo ayudé con
cada ladrillo, yo subí a su tejado. Y no caperucita, no fui yo quien en
venganza quemó sus casas con ellos dentro. Yo intenté salvar a mis amigos y
entonces la encontré: tu caperuza entre las cenizas. Tuve miedo y fui por ti, caperuza
quemada en mano. Y entonces te vi, riendo, comiendo tocino, junto a tu abuela y
tu madre la supuesta desaparecida. Sentí ira, desprecio y explosión, el cazador
vengaba a sus amigos dejándose caer del techo rodeado de explosivos. El tiempo
se detuvo, lo último que recuerdo fue la explosión y yo volando. La caperuza
volaba a mi lado, destruida y aun así te recordé en ella sonriente. Caigo al
suelo, me hago un ovillo, caen las cenizas, me sacudo y me levanto. Ya no estas
Caperucita, ni tú, ni tu madre, ni tu abuela, ni el cerdo joven, ni el del
medio, ni el mayor, ni el cazador, solo quedo yo y mi forma de bestia con mis
emociones más humanas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario