martes, 7 de julio de 2020

La voz del relato


Yo escribía sentada en la ventana cuando te vi pasar corriendo por mi lado. Ibas con tu vestido favorito, aquel blanco, largo. Llorabas y corrías por un pasillo encerado, mala combinación. Una carta de adiós cayó de tu bolsillo, era aquella carta de despedida previa al día de compromiso. Era la carta de confesión, aquella que cambiaba tu destino, aquella carta que no querías aceptar haber recibido. Te perdí de vista y te seguí, te encontré llorando en la fuente. Veías tu reflejo en el agua, apreciabas el maquillaje corrido, te limpiabas, te decías a ti misma que ya era suficiente, pero a la vez recordabas los momentos que te llevaban a intentarlo de nuevo. Me acerqué a ti, acaricié tu cabello, con el tacto era más fácil saber tus sentimientos. Tenías miedo, no te sentías capaz de empezar de nuevo. Ojalá pudieras escucharme. Llega tu madrina, está apenada, piensa mil y una vez en que tratamiento continuar ésta vez. Llora y se va, la escuchas, intentas seguirla, pero tu vestido se enreda, resbalas, caes dentro de la fuente, golpeando tu cabeza el fondo. El agua se torna como cuando niñas cocinábamos betarragas. Poco a poco dejo de leer tus pensamientos. Nuestra madre tenía razón, no somos parte del mismo cielo.

Pasó corriendo junto a personas que se apoyaban en las ventanas mientras escribían cartas de amor. Iba con su vestido favorito, aquel blanco, largo. Lloraba y corría por un pasillo encerado, mala combinación. Una carta de adiós cayó de su bolsillo, era aquella carta de despedida previa al día del compromiso. Era la carta de confesión, aquella que cambiaba su destino, aquella carta que no aceptaba haber recibido. Se escabulló por los pasillos contiguos hasta llegar a la fuente. Lloraba. Su reflejo estaba en el agua, se apreciaba el maquillaje corrido, se lo limpiaba. Se decía a sí misma que ya era suficiente, pero a la vez recordaba los momentos que la llevaban a intentarlo de nuevo. Tenía miedo, no se sentía capaz de empezar de nuevo. Lega su madrina, está apenada, piensa mil y una vez en que tratamiento continuar esta vez. Llora y se va. La chica la escucha, intenta seguirla, pero su vestido se enreda, resbala, cae dentro de la fuente, golpea su cabeza en el fondo. El agua se torna como cuando ella y su hermana de pequeñas cocinaban betarragas. Poco a poco desaparecen sus pensamientos. La madre de las niñas tenía razón, ella y su hermana no eran parte del mismo cielo.

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