domingo, 21 de febrero de 2016

The Blind Dragon

Inspirado En Zeus, el búho del universo en sus ojos.

El dragón ciego era una leyenda entre los guerreros, se contaba que era el último dragón blanco que permitió ser montado. Que lideró a millares de hombres hacia la victoria y a otros hacia su muerte. Se dice que veía a través de los ojos de su jinete, quien, hace años ya había muerto, pero era un cuento de voz en voz, ya que nadie jamás había estrechado su mano.
Dicen que era mascota de la muerte, otros dicen que era su compañero, otros, que había sido un regalo de Dios por el pago de una apuesta, pero algunos prefieren creer que ha pasado sus días en libertad y que jamás se sabrá su verdad.
Lo cierto es, que yo he sido el último hombre vivo en ver al dragón ciego. Era un día de luna viva, las estrellas se atenuaban y revivian sobre la pasividad del agua. Mi caballo y yo teníamos sed y nos acercamos sin notar su presencia, hasta que ya no pudimos retroceder. La sombra de un árbol fue suficiente para distinguir el color de su piel, no era blanco como se describe, era como el invierno, era como el metal viejo, era ver a ocho caballos juntos, era sereno, bebía en calma mientras los peces besaban sus fauces. Mi caballo no temió, bebió a su lado como si la paz fuera un acuerdo irrompible. Sentí miedo, saque mi espada entre jadeos, los peces se alejaron, mi caballo corrió, el dragón dejó de beber y exhaló como si estuviera cansado, se menió como los grandes felinos y dejó caer de su espalda la vieja montura y los huesos humanos se desparramaron sobre mis pies. Ya era tarde, su rostro estaba ante mí. Sus ojos eran hermosos, era el mundo más allá de las estrellas que podemos ver, era el universo, era la inmensidad, era mi vida, era mi niñez, lo acaricié, y se llevó mis ojos, mis palabras, mi sentir. Me vi en él y me vi lejos e aquel momento junto al agua, junto al bosque, junto a las guerras que allí se habían vivido hace años. Se llevo mi miedo y se llevó mi paz. Cuando ya era tarde, él se alejó, libre, sin montura, sin huesos, sin más. Yo no veía mis manos, no me veía a mi mismo, no veía ni el lago ni el caballo. No podía gritar, no podía oír. Recordé sus ojos, el universo y el paso del tiempo dio un zanco hacia atrás, no jamás había visto al dragón, el me vió desde antes de llegar.
La guerra había sido hace segundos, pero para mi alma habían sido años esperando. Jamás fui ciego, jamás tuve sed, el dragón jamás fue blanco, jamás fue de alguien. El dragón ciego era la muerte, era aquel segundo previo a encontrarte con tu propia muerte, él iba por tu cordura y te entregaba tu propia leyenda antes de partir, tal como yo se las narro a ustedes antes de que despierten por última vez.

No hay comentarios: