martes, 15 de septiembre de 2020

El faro del comienzo del mundo II

Creo haber leído esta historia antes, o quizás la escribí yo, o quizás tu, no recuerdo, pero sí recuerdo la historia, hoy, sentado y bebiendo mi licor irlandés mientras llueve, afuera llueve, pero esta vez no me puedo quejar como en historias anteriores, porque estoy en un bar en el puerto, y en los puertos llueve, pero no desde el cielo, sino que desde lo más profundo del océano, siendo la lluvia que nace en el punto previo a que se desborde el mar al fin del mundo. Pero no vine hasta aquí para contarte de cómo nació la lluvia en el fin del mundo, o quizás sí, pero no, jeje, hoy quiero hablarte del único navío que quedó sobre las aguas el día en que el tiempo se detuvo. 

Fue la mañana previa antes de zarpar a la ruta de comercio habitual, un viaje de dos semanas, la tripulación ya estaba lista, solo faltaba él, un joven de fermentados y ajeno al ron, mal pirata quizás pensarás, jeje, pero no, no éramos piratas, no, éramos la tripulación del Octopus, barco sin igual, de más de cien años y su primer capitán aseguraba haber conocido el octavo mar en su primer viaje. Su primer y único capitán. Más de cien años, solo que cada cierto tiempo adaptaba su propia historia como si hablara de sí mismo, luego de su padre y luego de su abuelo. Ahora se supone que era su propio bisabuelo. A nosotros no nos importaba, suponíamos que en el océano se detiene el tiempo, porque el solo envejecía cuando sus pies tocaban tierra. Pero hoy no les hablaré del capitán sino que de este joven, que buscándose a sí mismo, se sumergió en el mar.

El barco zarpó. El sol nos hacía compañía. El viento nos llevaba con suavidad. Las olas eran tenues. Era el viaje perfecto. Podias cerrar tus ojos y estar ajeno al mundo. Era silencio. Subí a la vela mayor, me paré sobre el poste. Era uno con la brisa, hasta que lo sentí, abrí los ojos y por mi costaba iba el joven levitando. Sus ojos aún cerrados y una tenue sonrisa. Lo miré con calma, a punto de alejarse del barco. El grito del capitán me despertó, la tripulación completa levitaba fuera de la nave. Tomé su mano y me aferré con todas mis fuerzas a la vela. ¡Despierta! ¡Por favor despierta! El joven sonreía, y la vela se desprendía. Abajo el capitán era el único con los pies sobre la madera e intentaba ingenuamente atar a los colegas. Fue en vano. El joven flotaba cada vez más lejos, la vela cedía, mis brazos ardían, mis dientes se apretaban, y comenzó de nuevo. En mi mente el barco zarpaba, el sol nos hacía compañía y el viento nos llevaba con suavidad. Desperté y el joven me miraba, aun sonreía, pero esta vez una lágrima se desprendió de su mejilla. Ni siquiera intentó sostener mi mano. Solo se desprendió. Iba sonriendo. Todavia tenia olor a alcohol. Mis compañeros pasaron a mi lado, todos sonriendo y llorando al mismo tiempo. El sol nos abandonó. Era penumbra, el día se nubló. Súbitamente dejé de flotar y caí en la proa, el capitán jadeante se acercó a mí, se veía más joven. Me dio su mano, me examinó, ¿estás bien? Preguntó. No lo sé, atine a decir. Hemos llegado, agregó. La neblina acorta el trayecto.

Era roquerio, no era el puerto. Acantilados se veían a lo lejos. y una luz, una luz verde que giraba contra las manecillas del reloj. Se reflejaba sobre el mar y en cada reflejo podías ver el fondo, en plena oscuridad. Barcos navegaban bajo las olas, algunos invertidos, otros destruidos. El capitán guardaba silencio. El Octopus se detuvo. Un pequeño bote vino al encuentro. Los marinos me eran conocidos, cuál de todos ellos es más viejo, incluso algunos eran solo esqueletos. Llegamos a la playa y subimos una escalinata.

Me tragué todas las palabras que quizás algún día creí conocer. Era imponente. Un faro que jamás creí que pudiera haber sido construido. Se abre la pequeña puerta en lo alto. ¡Esta vez no he llegado tarde capitán! esa voz la conocía, y olí el alcohol. El capitán rie. Era un anciano quien nos recibía. El capitán sin mirarme, sonríe y me cuenta… Conocí este lugar, antes de la invención de la escritura, antes del dón de la palabra, antes incluso de que pudiéramos navegar, solo aparecí aquí un día y con uso de razón. Un gran pulpo me observaba, se abrazó a sí mismo y se convirtió en barco. Me llevó sobre sí a la orilla del fin del mundo. Entendí entonces que quería apaciguar la lluvia que venía de aquel lugar. Era una petición de auxilio, era la historia del mundo concentrada en aquel lugar. Vi las guerras, la hambruna, el dolor, todo aquello que queremos olvidar, incluso antes de que ocurra o de que supiéramos que va a ocurrir. En su momento no supe qué hacer, solo le pedí al Octopus que me llevara a tierra firme y me llevó al puerto. Ya existía una ciudad, desconozco cuánto tiempo estuve en el mar. Toqué la arena y sentí el paso del tiempo sin saber lo que era el tiempo. Me quedé en el barco por años y entonces lo entendí. Debes desprenderte, debes soltar si quieres avanzar. No sé con qué cara de horror miré al capitán, porque su sonrisa se esfumó, pero prosiguió. A veces, debes sacrificar versiones de tu propia historia para continuar. Subió a lo alto del faro, donde estaba la luz verde, abrió el ventanal y salió al balcón. Era oscuridad absoluta. 

Me apoyé absorto en la belleza de la inmensidad, tal cual como si no existiera el tiempo. El capitán mantuvo silencio, como si guardara un minuto por cada persona que había llevado al faro. Y comenzó otra vez en mi mente, el barco zarpando, el sol de compañía y la briza. Un tentáculo salió del mar y abrazando con extrema ternura se llevó al capitán. Ese día no llovió, ni por varios días más.

Pasaron años, yo seguía igual y la tripulación comenzó a rejuvenecer, a tal punto de desaparecer poco a poco, menos él, el joven y su olor a alcohol, quizás porque sabía manejar la luz del faro.

Pasaron décadas y un día pasó, la lluvia regresó y un caballo de mar se posó sobre una roca y comenzó a relinchar, me acerque a él y se abrazó a sí mismo, convirtiéndose en un barco sin igual. El joven se despidió de mí con un gesto sutil. Subí, pero esta vez no navegamos al fin del mundo, me trajo al puerto, a este puerto. La gente caminaba hacia atrás y las construcciones se desmoronaban. Pisé la arena y el tiempo se detuvo. Caminé al bar, me serví un licor irlandés. Me reí, estaba yo frente a mí, bebiendo antes de partir. Vi al joven beber su primera cerveza y vi al capitán reclutando a su primera tripulación.

Vi al tiempo directo a sus ojos, vi al faro encender su luz por primera vez y te vi a ti buscando respuestas en este cuento, sobre el joven y su viaje de autoconocimiento, sobre al capitán y su vida familiar, sobre el Octopus y su viaje al octavo mar, pues lo siento, hoy toca esta versión, porque lo otro ya lo sabes, recuerda, cuando me inventaste una voz y me escuchaste en tu mente, en una versión que ya has sacrificado de tu propia historia.

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