domingo, 5 de julio de 2015

Me gustan los besos - los buenos besos - esos que se dan con el cuerpo, que se dan con el alma.

De hecho, me gustan los besos, sobre todo los besos que me doy contigo cada mañana. No solo los que recibe tu cuerpo; los que recibe tu fuerza, tu esencia. Amo los besos que nos robamos durante el día, durante el atardecer, cuando anochece. Adoro que nos besemos como si cada vez fuera a ser el último y que este sea nuestro mayor recuerdo. Me encanta, me fascina cuando nos decimos hola y hasta pronto sin palabras, en un abrazo desnudo, en un beso incontrolable, en un momento salvaje. Me pierdo en tu pecho, libre entre tus brazos y tu sonrisa. Incluso dios desconoce cuanto me hipnotiza tu sonrisa, tu sonrisa imperfecta, tu carcajada fluyente, tus palabras incoherentes. Ni los astros podrían determinar la duración del tiempo mientras rotamos sobre la alfombra desacomodada, sobre la ropa tirada, sobre las migas de comida untada en más golosinas. Si todo a de comenzar con un beso, que así continúe, y que así jamás termine. Con un beso me siento desnuda ante lo que siento, con un beso siento que recorro tu cuerpo, con un beso siento que recorres en furia el mio. Tranquilo y en silencio, así, es como recorres mi cuerpo. Buscas mi alma perdida, pero mi alma se esconde coqueta con el fin de que me recorras casi por completa. Buscaría otras formas de amarte, pero con un beso ya me considero autor confeso de todo y mas aún de lo que incluso ignoro que siento.
Con un beso, con dos, con tres, con más, dame más besos. Te besaría por siempre, eternamente, intermitentemente, pero por siempre. Te besaría, te besaría por siempre, incluso, cuando ya el uno para el otro no estemos presentes.

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