Encontré un moco en la mesa, nos quedamos mirando juzgando
quien incomoda más a quien. Me mira con su cara endurecida de que huea, “que
huea” que cursi, ¡se dice que wea!. El moco me mira con desagrado, frunciendo
el ceño, creo que piensa que soy desagradable. Sí, ese moco me juzga, al igual
que el que encontré en la pieza, en el baño, en la cama, pero este barza esta
en mi mesa. Llevo tres meses sin salir de mi casa y mi única compañía es un
moco, ya me siento como Helga haciendo una escultura de Arnold. Sí, eso, podría
esculpirte, una escultura de mocos. Bien gris y verdosa, pero hermosa. Pero
quizás que piensen de mí los demás mocos, los que deje olvidados por ahí, me juzgan,
sí, eso es, me juzgan. Sé que están por ahí, acabaré con ustedes, los limpiaré.
Seré una persona pulcra e impoluta, pero deja de mirarme, porque no, no
volverás a mi nariz, asume que ya te fuiste de casa. ¡Ring! ¿¡Quién es!? ¿Aló,
mamá? Hola, sí, estoy bien, no, no estoy peleando con los mocos otra vez. ¿Qué
la vecina te llamo preocupada de nuevo? No, tranquila, es que lo vieras, este
moco sí es enorme, no sé cuánto tiempo lleva ahí. No, no mamá, ya no me los
como, por eso andan por ahí, juzgándome, digo tirados. Sí, limpiare, gracias,
adiós. Se corta la llamada. Ok mocos, a cada persona y ser en esta vida le
llega el momento de saber por qué han venido a esta vasta tierra… es hora de
visitar la ventana de la vecina.
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